jueves, 23 de mayo de 2013

Relato: Cuando se apaga la luz



CUANDO SE APAGA LA LUZ

Cuando se apaga la luz solo quedan las sombras para hacerle compañía. Es un recluso, vive en una celda que no está cerrada pero que es infinitamente más opresiva. Desde el momento en que yace en su cama debe permanecer en la misma postura hasta que sus carceleros le liberen a la mañana siguiente. El sufrimiento que tiene que soportar está más allá de los límites de su resistencia, pero no puede hacer nada al respecto. La rutina es siempre la misma: Cuando se apaga la luz, él se sume en la oscuridad y sus guardianes descansan finalmente, se olvidan de su existencia durante unas horas y puede que incluso sean felices en esos momentos en que pueden desprenderse de tan pesada carga.

Mientras que para algunos la vida comienza al llegar la noche, para él simplemente continúa la pesadilla. La soledad no le trae ninguna calma pero sabe que es necesaria, no para él sino para los demás.

Ha aceptado su tragedia a la fuerza, a base de repetición diaria durante toda su vida, y es que no conoce un momento anterior. No recuerda un mundo distinto, para él nunca lo hubo. A pesar de todo, sabe lo que se pierde y a lo que otros renuncian por su culpa. Se ve reflejado en la mirada de la gente y para algunos no es diferente a un mueble, uno que carece de utilidad pero del que no se pueden desprender. Es consciente de que su situación no cambiará nunca, al menos no lo hará para mejor, en todo caso, se deteriorará más.

Todas las noches actúa del mismo modo. Finge conciliar el sueño con facilidad, pero nunca lo hace realmente. Cuando se apaga la luz, abre los ojos de nuevo, deja que su visión se adapte a la oscuridad y contempla las sombrías siluetas de todo aquello que le rodea. Lo observa todo dentro de lo limitado de sus posibilidades. Durante la noche no tiene que aparentar, si quiere puede permitirse sentir tristeza o lastima por sí mismo o por los demás.

Vive en un mundo cerrado y estático. Durante el día la realidad no existe, no hay nada cierto. Aprendió a distinguir los contradictorios gestos de la gente, lo suficiente como para poder llegar a identificar como la mayor parte de las sonrisas que recibe no son sinceras. Si la hipocresía en el mundo es grande, para con él lo es todavía más.

Es meramente una víctima fortuita de un mundo que no es justo. ¿Quién elige el destino de cada persona antes de nacer? ¿Quién le marcó de por vida?

En ocasiones quisiese ver postrados e indefensos a los mismos que le miran desde las alturas. Muchos le prometieron su apoyo y alabaron su fortaleza, siempre delante de otros que pudiesen escuchar los comentarios. Pero nadie preguntó si necesitaba nada, nadie acudió a visitarle y hacerle compañía, al menos no sin las cámaras o la prensa. Cuando se apaga la luz el odio le consume por dentro y desearía que todos corriesen su misma suerte.

Nadie ha visto los signos, porque nadie ha reparado en él. Su malestar era visible, pero las miradas pasan de largo sobre su persona, ya que su presencia incomoda a la gente. La larga espera se acaba y su soledad es la misma hoy que la que fue ayer. Solo hay algo distinto, un secreto, una certeza de inevitabilidad. Cuando se apaga la luz, una única lágrima recorre su rostro, se desliza por su mejilla y cae en silencio al suelo. Antes de que esa lágrima se haya secado, su vida se habrá consumido, el mundo continuará sin él y nadie le extrañará.

Hoy, cuando se apaga la luz, lo hace para siempre.

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