viernes, 10 de marzo de 2017

Relato: Pecadores


Al amparo de la oscuridad, trémulos los cuerpos, frías las cadenas; entre susurros, los presos sollozan. El eco de los pasos, firmes e incesantes, resuena en el cráneo de temerosos pecadores. Su pecado fue el vivir libres en un mundo donde cada acto está regulado, donde no hay espacio para la conducta espontanea, donde no se debe romper la fila.

El día se ha perdido, la mañana no llegará para estas pobres almas desesperanzadas. Así es como se doblega la voluntad de los últimos vestigios de una felicidad pasada. Los únicos seres queridos son sus propias extremidades, brazos y piernas que echarán en falta cuando les llegue el turno de alimentar a sus compañeros.

No existe el tiempo, es completamente arbitrario, imposible de medir pese a las tareas diarias. A veces se lavan antes, a veces más tarde, y a veces los dejan semanas enteras oliendo sus propias heces, que van acumulándose en un pútrido rincón, justo al lado del lecho donde duermen. Sus sueños son nauseabundos, eliminan los recuerdos del mundo exterior.

Ya nadie narra historias, la realidad se vuelve fantasía, y la fantasía no tiene cabida en un infierno de acero y concreto. Cada uno tiene un vago recuerdo, privado y difuso, de una vida anterior. Nadie lo comparte, prefieren dejar que se extinga, inalterable, imperturbable. Después de todo, por poco que pueda durar todavía, es su más preciada posesión.

Y cuando la carne muere, el humo inunda cada uno de sus diminutos cubículos. No importa, allí abajo no hay rostros, solo murmullos. Nadie lamentará la pérdida de un vecino anónimo, del mismo modo en que nadie se preguntará el nombre que solía tener el anterior propietario de su última comida.

En los largos periodos de tiempo en que no son atormentados de uno u otro modo, entre atrocidad y calamidad, solo hay espacio para el lamento. No hay redención posible, allí no. No se espera de ellos una reinserción, tampoco arrepentimiento. Están allí porque es el único lugar en que pueden terminar sus miserables vidas. El mundo ha cambiado y ya no hay lugar para ellos en él. Las manzanas podridas deben ser rápidamente retiradas. Lo humano sería acabar con su sufrimiento rápidamente, la humanidad es una leyenda de un pasado no tan lejano.

Ellos no hablan, ya no son capaces. Pero la voz de las mentiras nunca calla, es la única que se escucha en aquella tumba. La palabra está vetada, la palabra es un veneno letal para oídos sangrantes. El que habla hoy será el plato de mañana. Por supuesto, nadie protesta.

Y así, el día en que finalmente llega una salvación que parecía improbable, los presos no se mueven del sitio, no saltan de alegría. En lugar de ello, esperan pacientemente a que caiga la máscara y se descubra el engaño, a que les confiesen que se trata de una nueva forma de tortura. Pero esto no ocurre, se trata de la fantasía ya extinguida que ha cobrado forma, que les intenta reconfortar y les cuenta que la norma ha caído, que la humanidad resurge, la esperanza florece y la vida es posible de nuevo, incluso para ellos. Los presos no tienen más remedio que reconciliarse con su mundo interior y creerse lo que escuchan. Es por eso que saltan sobre sus salvadores y los devoran vivos.

La humanidad ha muerto, ya no hay cabida para la humanidad. En la oscuridad eterna los pecadores pecan, tal como les han enseñado. Y por fin han cometido el crimen por el que fueron condenados.

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